dimecres, 14 de setembre del 2022

Bajo el signo del Lobo, capítulo II

CAPÍTULO II

LA MISIÓN

 

Barcelona 5 de agosto de 2018.

 

Uno, a veces piensa que si tuviera la capacidad de volver atrás no cometería los mismos errores. Las muertes pesan excesivamente en la conciencia de los humanos. Vivir con tantos cadáveres te acerca demasiado al final y te enseña que tal vez ese «sí» no valió la pena. Ver a un hombre cómo Brennan en aquella situación me reafirmaba que cuando uno llega al precipicio es prácticamente imposible escapar de la fuerza de la gravedad que le atrae.

            Como cada mañana, al finalizar mi turno, me dirigí al Hospital Universitari La Vall d’Hebrón, aun habiendo transcurrido varias semanas desde su ingreso, no perdía la esperanza. Conocía demasiado bien al sargento Brennan; sabía que, si alguien tenía la más mínima posibilidad de salir del coma, era él. Ese hombre me había adiestrado para superar las situaciones más inverosímiles. Por un momento recordé cuando me reclutó en la Universidad Autónoma de Barcelona. Estaba cursando el último año de psicología clínica y empecé a destacar en la aplicación de terapias cognitivo conductuales; especialmente en la práctica de la hipnosis. Entró en el bar de la facultad y enseguida me llamó la atención. El pelo negro azabache y lacio, que le cubría los hombros; la tez oscura y magra, labrada en arrugas, como de hombre de campo, y su forma de vestir, me recordaban a los antiguos pobladores de los andes. Yo, en ese momento estaba solo, sentado en una mesa desayunando. Se dirigió directamente a mí.

            —¿Puedo? —preguntó, señalando la silla vacía.

            —Por supuesto —contesté mientras le mantenía la mirada.

            Disimuladamente, mostró la placa de la policía autonómica. En aquel momento me llamaron la atención las iniciales que figuraban en la identificación: ACIP. Inmediatamente concluí que las dos últimas letras respondían a Investigación de Personas, pero por más que me esforzaba, no podía descifrar el significado del resto.

            —Buenos días, Nil. Soy el sargento Fred Brennan, de los Mossos de Esquadra, pero puedes llamarme Lobo; es mi nombre de guerra.

            En un primer momento no supe reaccionar. No tenía ni la más remota idea del porqué aquel agente se dirigía a mí como si me conociera de toda la vida. Cuando me explicó el motivo de su presencia en la universidad y desveló el significado de las iniciales que aparecían en la placa, pensé que se trataba de una cámara oculta.

           

            Me detuve un instante a recoger a Asia. Vivía relativamente cerca de mi casa y habíamos quedado en ir juntos al hospital. Asia Llop también formaba parte de nuestra unidad. Era una preciosa morena de ojos verdes. Aún sin estudios superiores, consiguió ganar una plaza en la policía autonómica. Estudió por libre criminalística y durante cinco años estuvo destinada al Área Central de Información Exterior, donde su perspicacia no dejó indiferente a nadie. Hacía dos años que estaba en la ACIP y la verdad es que nuestra relación, a veces, iba un poco más allá de lo estrictamente profesional.

            Cuando llegamos delante de la puerta de la habitación 325, en la tercera planta, cerré los ojos e inspiré profundamente. Asia me regaló un beso abreviado y dulce en la mejilla. Entramos y cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que al lado de la cama se encontraban conversando con el doctor García Torres: el intendente Abelló y la subinspectora Plà. Inmediatamente nos cuadramos.

—A sus órdenes, intendente —dijimos Asia y yo al unísono—, reaccionando de manera instintiva.

—Descansen —ordenó—. Asia, Nil, ¿Qué tal están?, ¿Cómo van las investigaciones?

—De momento, nada que no sepa, intendente —afirmó Asia—, la clave de la resolución del caso la tiene el sargento Brennan. Supongo que la subinspectora le habrá puesto al corriente.

—Sí, por supuesto —contesto el intendente—, y dirigiendo su mirada al neurólogo le interrogo:  —¿Doctor, ¿qué tal está?

—En principio, y salvo complicaciones, nada indica que el coma sea irreversible. El entramado neuronal que conecta con el tallo cerebral no está dañado, y los controles EEG muestran que el paciente está estable, dentro de la gravedad. Aun así, he de confesarles que el equipo de neurología tenemos serios problemas para identificar el motivo del coma. Los análisis revelan que no hay problemas de origen tóxico o metabólico. Tampoco se observan lesiones estructurales producidas por hemorragias o infartos cerebrales, ni lesiones tumorales infecciosas o por hipoglucemias. Si nos pudieran dar más información sobre cómo entró en este estado podríamos intentar despertarlo aplicando ultrasonidos sobre el área cerebral del tálamo. Se trata de realizar pulsaciones de ultrasonidos de baja intensidad que crean una esfera de energía acústica. Pueden dirigirse a diferentes regiones del cerebro para provocar su excitación. Todavía está en fase experimental; pero se podría intentar, si conociéramos las causas —concretó, García Torres.

—Lo siento doctor, el juez ha decretado secreto de sumario en esta investigación. Si lo desea deberá solicitar una orden judicial. No obstante, le puedo asegurar que este hombre está preparado para salir del coma. Como usted bien dice no es un coma de los que trata habitualmente —le precisó el intendente.

El neurólogo abandonó la habitación sin discutir la decisión. La subinspectora Plà orientó su mirada hacia Eudald Abelló, pidiendo conformidad. Este asintió con un movimiento de cabeza.

—Asia, Nil, sé que lo que les voy a pedir les parecerá una locura. No sé si están suficientemente preparados para realizar el viaje ustedes solos, pero no nos queda más remedio. El sargento no regresa y el tiempo pasa. No les puedo mentir: si las cosas se tuercen, podrían no volver jamás y por tanto esto no es una orden. Dejo la decisión en sus manos.

—Adelante subinspectora, prosiga. Somos profesionales, y cuando aceptamos entrar en la UVA sabíamos perfectamente que este momento llegaría —le aseguré.

—Bien. Nil, usted y Asia viajarán para intentar localizar al sargento y traerlo de vuelta. En caso de no dar con él procuren averiguar por qué no ha podido regresar y recopilen toda la información sobre lo que averiguó en referencia al asesinato. Saben que necesitamos resultados. Los medios de comunicación y la opinión pública están presionando a la Consejería y al Ministerio del Interior.  El director general de la Policía está fuera de sí.

—No se preocupe, subinspectora —puntualizó Asia—. Estamos preparados, no le fallaremos.

—Durante el viaje el agente Nil estará al mando y el agente Jofre Cortina controlará la monitorización y los respiradores. Si él, por el motivo que fuera, les indica que aborten la misión deben hacerlo de inmediato y si alguno de ustedes se encuentra en una situación de riesgo evidente para su vida deben volver, no quiero dubitaciones. ¿Queda claro?

—Absolutamente —le confirmé.

Asia dio su beneplácito con un gesto.

—Pues bien, señores, el agente Cortina les espera en la UVA. Tengan muchísimo cuidado; saben que aquello nada tiene que ver con esto. Les deseo toda la suerte del mundo.

—A sus órdenes, subinspectora. Intendente, si no desea nada más, nos retiramos a iniciar la preparación, de inmediato —le apunté a Abelló antes de salir.

—Nada más, Nil. Mantengan los ojos bien abiertos.

—Gracias, intendente. A sus órdenes.

 


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