CAPÍTULO III
LA
AURORA DORADA
Londres, 20.30 h. del 22 de febrero
de 1895.
La
densa niebla enterraba la ciudad en una oscuridad asfixiante. Se abrazaba a la
tenue luz de los farolillos, dejando ver apenas un par de metros ante los pies
de los escasos caminantes. La sombra de Jack el destripador todavía inundaba de
fantasmas las mentes de los londinenses. La prensa no ayudaba demasiado a
olvidar aquel fatídico episodio de sangre y ensañamiento, aunque hacía ya
cuatro años de la aparición de la última víctima. De los ochenta detenidos que Scotland
Yard había practicado durante aquel periodo nunca se llegó a confirmar, a
ciencia cierta, que alguno de ellos fuera el verdadero destripador. Ni las
gruesas bufandas de lana escocesa, ni los tupidos abrigos, evitaban que se
helaran los huesos y se acobardaran las carnes de aquellos que se atrevían a
pasear las calles desiertas.
Para
los miembros de la Orden Hermética de la Aurora Dorada, aquella reunión de la
Orden Interna, era absolutamente sagrada. Ni tan siquiera el temor a ser
asaltado en cualquier estrecho recodo maloliente era impedimento para asistir
puntualmente a la cita.
El golpeteo de los
bastones de los elegidos, y los tacones de las féminas, que resonaban de entre
el silencio de la noche, anunciaban su llegada a la sede. El mayordomo, acostumbrado al repique en los
adoquines, distinguía perfectamente quién era quién.
―Sir MacGregor, ¿Me
permite la capa, el sombrero y el bastón?
―Por supuesto.
Gracias.
Samuel McGregor
Mathers, siempre era el primero en llegar. Aunque, en estos encuentros la
puntualidad inglesa se evidenciaba especialmente.
―Sir Fortune, ¿me
permite?
Dion Fortune, era un
hombre de pocas palabras. Su irritabilidad, la mayoría de las veces, acababa en
disputas dialécticas, sin importar demasiado el motivo.
Al flemático
sirviente, siempre le había llamado especialmente la atención la preciosa
cabeza de serpiente que coronaba el cayado de William Buther. El bermellón de
los ojos del animal le sembraba escalofríos, bajo la inmaculada blanca piel de
marfil.
Uno a uno, con la
seriedad que requería el momento reflejado en el rostro, fueron apareciendo de
entre aquella húmeda calígine; debían incorporarse a la congregación para la
que habían sido citados. En un misterioso silencio, todos permanecieron de pie
tras las butacas designadas. Un imponente triángulo de la logia masónica
abarcaba la mesa circular que presidía la sala. En el centro: un cráneo humano,
un reloj de arena calibrado a la perfección, a dos horas ―el tiempo exacto que
duraban las asambleas―, un enigmático cofre de pequeño tamaño —del que decían
contenía la llave de la puerta a la otra dimensión—, trece velas encendidas, y
una especie de diario masónico de tapas roídas por el paso tiempo.
Sobre la mesa, ante
el imponente sillón de terciopelo todavía vacío, reservado al Magister
Templi: a la izquierda una espada y un cuchillo, desenvainados; a la
derecha, el bastón de mando; en el centro un cuaderno cerrado, pluma y tintero;
y en frente, dos candelabros sosteniendo las velas apagadas, entre los cuales
descansaba una estrella de David en bronce; Un enorme blasón: con el rostro de
un ángel, la cabeza del águila, la del toro y la del león, dominaba el frontal
de la estancia. Justo al final de la habitación, un altar presidido por el
triángulo del sol naciente, mostraba un águila de dos cabezas, de oro macizo,
escoltada por un par de velas, sosteniendo la fusión de sol y luna con sus
picos.
Repicó tres veces la
campanilla.
―Damas y caballeros,
el Magister Templi ―anunció, imperturbable, el mayordomo.
Sir William Wynn
Westcott apareció por la puerta principal ataviado con un traje blanco de seda,
cubierto por una capa rojo rubí, la cruz de la logia Rosacruz colgando en el
pecho y la cabeza semi oculta por una corona sejemty, entremezclando el
blanco plateado con franjas escarlata. Sin prisas, se dirigió a su butaca. Tomó
asiento. El resto de miembros lo imitaron.
―Damas y Caballeros,
sean bienvenidos a esta nueva asamblea de la Orden Hermética de la Aurora
Dorada. ¿Supongo que todos los asistentes conocen el motivo del encuentro? Con
la expulsión, el año pasado de Sir Aleister Crowley, por la revelación de
secretos, nuestra Orden ha quedado herida de muerte.
Haciendo gala de su
desbordante curiosidad, la bella Florence Farr pidió la palabra.
―Permítanme un inciso
antes de abordar lo que nos concierne, si no es molestia ¿alguno de ustedes
tiene conocimiento de si han aparecido novedades en lo referente al
destripador?
―Señorita Farr, desde
la presentación el año pasado del Memoradum de Meville Macnagthen, dónde
se señalaban tres sospechosos, según mis contactos, ni una sola pista más.
Parece ser que el Comité de Vigilancia de Whitechapel que organizaron los
ciudadanos ha hecho razonablemente bien su trabajo. ―aseguró Sir William Robert
Woodman.
―Bien, contestada la
cuestión: prosigamos ―convino el Magister Templi.
Sir Kenneth McKenzie,
un miembro iniciado en Austria por el Code Appoyl, pidió la palabra.
―Si me permiten. Yo,
considero que todo empezó en el momento en que rompimos relaciones con la
señora Ana Sprengel. El intercambio de información con la Logia Rosacruz de Oro
alemana nos aportaba los conocimientos necesarios para seguir adelante con nuestro
proyecto.
―Lo que realmente se
precisa es avanzar en las múltiples dimensiones y hallar el punto de conexión.
Sería nuestra consagración definitiva. Pero para alcanzar el reto debemos
apostar fuerte, caballeros ―apuntó, Stoker.
―Bien, damas y
caballeros, tengo la necesidad de hacerles partícipes, de ciertas noticias, que
podrían cambiar por completo el enfoque de nuestras investigaciones ―aventuró
William Butler.
El Magister Templi
le indicó, con un gesto que prosiguiera.
―Cómo todos ustedes
saben, en 1851, el gobierno de EE. UU., firmó el Tratado de Fort Laramien,
en el cual se establecía una gran zona en el Parque Nacional de los Glaciares
de Montana, frontera con Canadá, cómo reserva india. Allí, cerca del río St.
Mary River, se estableció la tribu de los Blackfeet, que se dedicaba a
la caza del búfalo. La presión del hombre blanco sobre estos animales provocó
una notable reducción de ejemplares con la consiguiente arribada de la hambruna
para la tribu, que ha acrecentado desde hace unos dos años.
―Perdóneme, no
quisiera faltarle al respeto pero no llego a entender dónde quiere ir a parar
―incidió Fortune.
―Lo entenderá, no se
preocupe. El 21 de noviembre de 1888 la mujer del jefe de la tribu, dio a luz
un varón. Este portaba una marca de nacimiento en la espalda: la cabeza de un
lobo. Según el calendario indio, los nacidos entre el 23 de octubre y el 22 de
noviembre, lo hacen bajo el signo de la serpiente, y son seres con poderes
oscuros. Suelen tener las capacidades extrasensoriales para la hechicería, la
medicina o el ocultismo. Aunque no nació bajo el signo del lobo, según el
chamán de la tribu la marca de nacimiento lo hace poseedor de las cualidades de
los lobos: son individuos espirituales, que pueden interpretar las emociones, y
además los suelen investir maestros de los maestros. Lo cierto es que el niño,
me consta a ciencia cierta, ya ha exhibido algunos de estos poderes. Considero
que en la situación de extrema pobreza en la que se encuentran ante una oferta
económica razonable y tentadora para traerlo a Londres no tendrían más remedio
que aceptar.
―Me parece
escandaloso y absolutamente disparatado ―contradijo Dion Fortune.
―No tanto. Permítanme
un detalle, 1888 fue el año de fundación de nuestra Orden. Tal vez sea una
señal ― consideró Woodman—… La cabalística…
El Magister Templi
tomó la palabra.
―Damas y Caballeros,
sin duda alguna, la aportación de Sir Butler es, cuanto menos, muy interesante.
Es cierto que al menos dos miembros de la Orden deberían desplazarse a la
reserva a negociar y no podemos enviar adeptus minor. Deben ser miembros
experimentados. Es una travesía larga, dura, económicamente costosa, y desde
luego hay que sopesarlo. No obstante, el infante solo tiene siete años y por
tanto se encuentra en fase temprana de formación. Con sus capacidades innatas y
nuestras enseñanzas… Tal vez sea lo que estábamos esperando, y por lo tanto
deberíamos proceder a votar la propuesta. Los que estén a favor de trasladar a
Londres al hijo del jefe de los Blackfeet que alcen la mano.
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