dissabte, 24 de setembre del 2022

Bajo el Signo del Lobo, Capítulo III

 

CAPÍTULO III

LA AURORA DORADA

 

Londres, 20.30 h. del 22 de febrero de 1895.

 

La densa niebla enterraba la ciudad en una oscuridad asfixiante. Se abrazaba a la tenue luz de los farolillos, dejando ver apenas un par de metros ante los pies de los escasos caminantes. La sombra de Jack el destripador todavía inundaba de fantasmas las mentes de los londinenses. La prensa no ayudaba demasiado a olvidar aquel fatídico episodio de sangre y ensañamiento, aunque hacía ya cuatro años de la aparición de la última víctima. De los ochenta detenidos que Scotland Yard había practicado durante aquel periodo nunca se llegó a confirmar, a ciencia cierta, que alguno de ellos fuera el verdadero destripador. Ni las gruesas bufandas de lana escocesa, ni los tupidos abrigos, evitaban que se helaran los huesos y se acobardaran las carnes de aquellos que se atrevían a pasear las calles desiertas.

Para los miembros de la Orden Hermética de la Aurora Dorada, aquella reunión de la Orden Interna, era absolutamente sagrada. Ni tan siquiera el temor a ser asaltado en cualquier estrecho recodo maloliente era impedimento para asistir puntualmente a la cita.

El golpeteo de los bastones de los elegidos, y los tacones de las féminas, que resonaban de entre el silencio de la noche, anunciaban su llegada a la sede.  El mayordomo, acostumbrado al repique en los adoquines, distinguía perfectamente quién era quién.

―Sir MacGregor, ¿Me permite la capa, el sombrero y el bastón?

―Por supuesto. Gracias.

Samuel McGregor Mathers, siempre era el primero en llegar. Aunque, en estos encuentros la puntualidad inglesa se evidenciaba especialmente.

―Sir Fortune, ¿me permite?

Dion Fortune, era un hombre de pocas palabras. Su irritabilidad, la mayoría de las veces, acababa en disputas dialécticas, sin importar demasiado el motivo.

Al flemático sirviente, siempre le había llamado especialmente la atención la preciosa cabeza de serpiente que coronaba el cayado de William Buther. El bermellón de los ojos del animal le sembraba escalofríos, bajo la inmaculada blanca piel de marfil.

Uno a uno, con la seriedad que requería el momento reflejado en el rostro, fueron apareciendo de entre aquella húmeda calígine; debían incorporarse a la congregación para la que habían sido citados. En un misterioso silencio, todos permanecieron de pie tras las butacas designadas. Un imponente triángulo de la logia masónica abarcaba la mesa circular que presidía la sala. En el centro: un cráneo humano, un reloj de arena calibrado a la perfección, a dos horas ―el tiempo exacto que duraban las asambleas―, un enigmático cofre de pequeño tamaño —del que decían contenía la llave de la puerta a la otra dimensión—, trece velas encendidas, y una especie de diario masónico de tapas roídas por el paso tiempo.

Sobre la mesa, ante el imponente sillón de terciopelo todavía vacío, reservado al Magister Templi: a la izquierda una espada y un cuchillo, desenvainados; a la derecha, el bastón de mando; en el centro un cuaderno cerrado, pluma y tintero; y en frente, dos candelabros sosteniendo las velas apagadas, entre los cuales descansaba una estrella de David en bronce; Un enorme blasón: con el rostro de un ángel, la cabeza del águila, la del toro y la del león, dominaba el frontal de la estancia. Justo al final de la habitación, un altar presidido por el triángulo del sol naciente, mostraba un águila de dos cabezas, de oro macizo, escoltada por un par de velas, sosteniendo la fusión de sol y luna con sus picos.

Repicó tres veces la campanilla.

―Damas y caballeros, el Magister Templi ―anunció, imperturbable, el mayordomo.

Sir William Wynn Westcott apareció por la puerta principal ataviado con un traje blanco de seda, cubierto por una capa rojo rubí, la cruz de la logia Rosacruz colgando en el pecho y la cabeza semi oculta por una corona sejemty, entremezclando el blanco plateado con franjas escarlata. Sin prisas, se dirigió a su butaca. Tomó asiento. El resto de miembros lo imitaron.

―Damas y Caballeros, sean bienvenidos a esta nueva asamblea de la Orden Hermética de la Aurora Dorada. ¿Supongo que todos los asistentes conocen el motivo del encuentro? Con la expulsión, el año pasado de Sir Aleister Crowley, por la revelación de secretos, nuestra Orden ha quedado herida de muerte.

Haciendo gala de su desbordante curiosidad, la bella Florence Farr pidió la palabra.

―Permítanme un inciso antes de abordar lo que nos concierne, si no es molestia ¿alguno de ustedes tiene conocimiento de si han aparecido novedades en lo referente al destripador?

―Señorita Farr, desde la presentación el año pasado del Memoradum de Meville Macnagthen, dónde se señalaban tres sospechosos, según mis contactos, ni una sola pista más. Parece ser que el Comité de Vigilancia de Whitechapel que organizaron los ciudadanos ha hecho razonablemente bien su trabajo. ―aseguró Sir William Robert Woodman.

―Bien, contestada la cuestión: prosigamos ―convino el Magister Templi.

Sir Kenneth McKenzie, un miembro iniciado en Austria por el Code Appoyl, pidió la palabra.

―Si me permiten. Yo, considero que todo empezó en el momento en que rompimos relaciones con la señora Ana Sprengel. El intercambio de información con la Logia Rosacruz de Oro alemana nos aportaba los conocimientos necesarios para seguir adelante con nuestro proyecto.

―Lo que realmente se precisa es avanzar en las múltiples dimensiones y hallar el punto de conexión. Sería nuestra consagración definitiva. Pero para alcanzar el reto debemos apostar fuerte, caballeros ―apuntó, Stoker.

―Bien, damas y caballeros, tengo la necesidad de hacerles partícipes, de ciertas noticias, que podrían cambiar por completo el enfoque de nuestras investigaciones ―aventuró William Butler.

El Magister Templi le indicó, con un gesto que prosiguiera.

―Cómo todos ustedes saben, en 1851, el gobierno de EE. UU., firmó el Tratado de Fort Laramien, en el cual se establecía una gran zona en el Parque Nacional de los Glaciares de Montana, frontera con Canadá, cómo reserva india. Allí, cerca del río St. Mary River, se estableció la tribu de los Blackfeet, que se dedicaba a la caza del búfalo. La presión del hombre blanco sobre estos animales provocó una notable reducción de ejemplares con la consiguiente arribada de la hambruna para la tribu, que ha acrecentado desde hace unos dos años.

―Perdóneme, no quisiera faltarle al respeto pero no llego a entender dónde quiere ir a parar ―incidió Fortune.

―Lo entenderá, no se preocupe. El 21 de noviembre de 1888 la mujer del jefe de la tribu, dio a luz un varón. Este portaba una marca de nacimiento en la espalda: la cabeza de un lobo. Según el calendario indio, los nacidos entre el 23 de octubre y el 22 de noviembre, lo hacen bajo el signo de la serpiente, y son seres con poderes oscuros. Suelen tener las capacidades extrasensoriales para la hechicería, la medicina o el ocultismo. Aunque no nació bajo el signo del lobo, según el chamán de la tribu la marca de nacimiento lo hace poseedor de las cualidades de los lobos: son individuos espirituales, que pueden interpretar las emociones, y además los suelen investir maestros de los maestros. Lo cierto es que el niño, me consta a ciencia cierta, ya ha exhibido algunos de estos poderes. Considero que en la situación de extrema pobreza en la que se encuentran ante una oferta económica razonable y tentadora para traerlo a Londres no tendrían más remedio que aceptar.

―Me parece escandaloso y absolutamente disparatado ―contradijo Dion Fortune.

―No tanto. Permítanme un detalle, 1888 fue el año de fundación de nuestra Orden. Tal vez sea una señal ― consideró Woodman—… La cabalística…

El Magister Templi tomó la palabra.

―Damas y Caballeros, sin duda alguna, la aportación de Sir Butler es, cuanto menos, muy interesante. Es cierto que al menos dos miembros de la Orden deberían desplazarse a la reserva a negociar y no podemos enviar adeptus minor. Deben ser miembros experimentados. Es una travesía larga, dura, económicamente costosa, y desde luego hay que sopesarlo. No obstante, el infante solo tiene siete años y por tanto se encuentra en fase temprana de formación. Con sus capacidades innatas y nuestras enseñanzas… Tal vez sea lo que estábamos esperando, y por lo tanto deberíamos proceder a votar la propuesta. Los que estén a favor de trasladar a Londres al hijo del jefe de los Blackfeet que alcen la mano.



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