CAPÍTULO II
LA MISIÓN
Barcelona 5 de agosto de
2018.
Como cada mañana, al finalizar mi turno, me dirigí al
Hospital Universitari La Vall d’Hebrón,
aun habiendo transcurrido varias semanas desde su ingreso, no perdía la
esperanza. Conocía demasiado bien al sargento Brennan; sabía que, si alguien
tenía la más mínima posibilidad de salir del coma, era él. Ese hombre me había
adiestrado para superar las situaciones más inverosímiles. Por un momento
recordé cuando me reclutó en la Universidad Autónoma de Barcelona. Estaba
cursando el último año de psicología clínica y empecé a destacar en la
aplicación de terapias cognitivo conductuales; especialmente en la práctica de
la hipnosis. Entró en el bar de la facultad y enseguida me llamó la atención.
El pelo negro azabache y lacio, que le cubría los hombros; la tez oscura y
magra, labrada en arrugas, como de hombre de campo, y su forma de vestir, me
recordaban a los antiguos pobladores de los andes. Yo, en ese momento estaba
solo, sentado en una mesa desayunando. Se dirigió directamente a mí.
—¿Puedo? —preguntó, señalando la silla vacía.
—Por supuesto —contesté mientras le mantenía la mirada.
Disimuladamente, mostró la placa de la policía
autonómica. En aquel momento me llamaron la atención las iniciales que
figuraban en la identificación: ACIP. Inmediatamente concluí que las dos
últimas letras respondían a Investigación de Personas, pero por más que me
esforzaba, no podía descifrar el significado del resto.
—Buenos días, Nil. Soy el sargento Fred Brennan, de los
Mossos de Esquadra, pero puedes llamarme Lobo; es mi nombre de guerra.
En un primer momento no supe reaccionar. No tenía ni la
más remota idea del porqué aquel agente se dirigía a mí como si me conociera de
toda la vida. Cuando me explicó el motivo de su presencia en la universidad y
desveló el significado de las iniciales que aparecían en la placa, pensé que se
trataba de una cámara oculta.
Me detuve un instante a recoger a Asia. Vivía
relativamente cerca de mi casa y habíamos quedado en ir juntos al hospital.
Asia Llop también formaba parte de nuestra unidad. Era una preciosa morena de
ojos verdes. Aún sin estudios superiores, consiguió ganar una plaza en la
policía autonómica. Estudió por libre criminalística y durante cinco años
estuvo destinada al Área Central de Información Exterior, donde su perspicacia
no dejó indiferente a nadie. Hacía dos años que estaba en la ACIP y la verdad
es que nuestra relación, a veces, iba un poco más allá de lo estrictamente
profesional.
Cuando llegamos delante de la puerta de la habitación
325, en la tercera planta, cerré los ojos e inspiré profundamente. Asia me
regaló un beso abreviado y dulce en la mejilla. Entramos y cuál fue nuestra
sorpresa al comprobar que al lado de la cama se encontraban conversando con el
doctor García Torres: el intendente Abelló y la subinspectora Plà.
Inmediatamente nos cuadramos.
—A
sus órdenes, intendente —dijimos Asia y yo al unísono—, reaccionando de manera
instintiva.
—Descansen
—ordenó—. Asia, Nil, ¿Qué tal están?, ¿Cómo van las investigaciones?
—De
momento, nada que no sepa, intendente —afirmó Asia—, la clave de la resolución
del caso la tiene el sargento Brennan. Supongo que la subinspectora le habrá
puesto al corriente.
—Sí,
por supuesto —contesto el intendente—, y dirigiendo su mirada al neurólogo le
interrogo: —¿Doctor, ¿qué tal está?
—En
principio, y salvo complicaciones, nada indica que el coma sea irreversible. El
entramado neuronal que conecta con el tallo cerebral no está dañado, y los
controles EEG muestran que el paciente está estable, dentro de la gravedad. Aun
así, he de confesarles que el equipo de neurología tenemos serios problemas
para identificar el motivo del coma. Los análisis revelan que no hay problemas
de origen tóxico o metabólico. Tampoco se observan lesiones estructurales
producidas por hemorragias o infartos cerebrales, ni lesiones tumorales
infecciosas o por hipoglucemias. Si nos pudieran dar más información sobre cómo
entró en este estado podríamos intentar despertarlo aplicando ultrasonidos
sobre el área cerebral del tálamo. Se trata de realizar pulsaciones de
ultrasonidos de baja intensidad que crean una esfera de energía acústica.
Pueden dirigirse a diferentes regiones del cerebro para provocar su excitación.
Todavía está en fase experimental; pero se podría intentar, si conociéramos las
causas —concretó, García Torres.
—Lo
siento doctor, el juez ha decretado secreto de sumario en esta investigación.
Si lo desea deberá solicitar una orden judicial. No obstante, le puedo asegurar
que este hombre está preparado para salir del coma. Como usted bien dice no es
un coma de los que trata habitualmente —le precisó el intendente.
El
neurólogo abandonó la habitación sin discutir la decisión. La subinspectora Plà
orientó su mirada hacia Eudald Abelló, pidiendo conformidad. Este asintió con
un movimiento de cabeza.
—Asia,
Nil, sé que lo que les voy a pedir les parecerá una locura. No sé si están
suficientemente preparados para realizar el viaje ustedes solos, pero no nos
queda más remedio. El sargento no regresa y el tiempo pasa. No les puedo
mentir: si las cosas se tuercen, podrían no volver jamás y por tanto esto no es
una orden. Dejo la decisión en sus manos.
—Adelante
subinspectora, prosiga. Somos profesionales, y cuando aceptamos entrar en la
UVA sabíamos perfectamente que este momento llegaría —le aseguré.
—Bien.
Nil, usted y Asia viajarán para intentar localizar al sargento y traerlo de
vuelta. En caso de no dar con él procuren averiguar por qué no ha podido
regresar y recopilen toda la información sobre lo que averiguó en referencia al
asesinato. Saben que necesitamos resultados. Los medios de comunicación y la
opinión pública están presionando a la Consejería y al Ministerio del
Interior. El director general de la
Policía está fuera de sí.
—No
se preocupe, subinspectora —puntualizó Asia—. Estamos preparados, no le fallaremos.
—Durante
el viaje el agente Nil estará al mando y el agente Jofre Cortina controlará la
monitorización y los respiradores. Si él, por el motivo que fuera, les indica
que aborten la misión deben hacerlo de inmediato y si alguno de ustedes se encuentra
en una situación de riesgo evidente para su vida deben volver, no quiero
dubitaciones. ¿Queda claro?
—Absolutamente
—le confirmé.
Asia
dio su beneplácito con un gesto.
—Pues
bien, señores, el agente Cortina les espera en la UVA. Tengan muchísimo cuidado;
saben que aquello nada tiene que ver con esto. Les deseo toda la suerte del
mundo.
—A
sus órdenes, subinspectora. Intendente, si no desea nada más, nos retiramos a
iniciar la preparación, de inmediato —le apunté a Abelló antes de salir.
—Nada
más, Nil. Mantengan los ojos bien abiertos.
—Gracias,
intendente. A sus órdenes.
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